10.7.06

Italia ya tiene cuatro





Estas dos fotos hablan de futbol. Por un lado, Trezeguet. El francés que falló el penalty que dió el titulo de Campeona del Mundo a Italia. Y como decía Gila, tenemos que acordarnos de que este jugador tiene una madre que ahora sufre junto al resto de los franceses. Por otro lado, la seguidora italiana. Esta guapa transalpina es símbolo de la alegría de todo un pueblo. Una alegría que es la cuarta, ¡la cuarta! que recibe de su selección de fútbol.

¿Qué pasa con España? ¿Por qué no podemos estar a la altura futbolística de Italia, Alemania o, aunque es inferior, Francia? ¿Por qué? Habría que hacer estudios sociológicos y psicológicos que nos recondujeran. Y habría que remodelar a la Fereración Española de Futbol, desde Villar hasta el conserje. Todos fuera. Empezar de cero para lograr estar a la altura de las mejores a partir de ahora. Todo lo demás será un fracaso por más que se empeñen en decirnos lo contrario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Permíteme que incluya un mensaje que escribí para unos amigos en torno al que no nombras, Zidane.

"Ayer se despidió del fútbol una de esas figuras irrepetibles que ponen a todos los aficionados de acuerdo: se va un grande, Zinedine Zidane. Ni rápido ni lento, sólo de unas condiciones técnicas prodigiosas y una inteligencia excepcional para ver la posición de sus compañeros y hacer lo más sencillo de un modo perfecto. Y en ese mismo momento en que dice adiós al fútbol en el mejor escenario, en la ocasión más inmejorable, la final de un campeonato del mundo, conoció lo cerca que puede estar la gloria y el fracaso.
Todo aficionado al fútbol recuerda aquel maravilloso gol de volea que proporcionó una copa de Europa a su club, el Real Madrid. A punto estuvo de hacer otro gol memorable ayer, en la prórroga, con un espléndido cabezazo que lamentablemente no pudo dirigir al mejor sitio. Hubiera supuesto la gloria, retirarse de campeón del mundo, dejar un recuerdo indeleble para la historia. Pero el portero la paró.
Minutos después, en un pequeño lance del juego, el defensa italiano Materazzi le agarró, no mucho. Se dijeron algo, se miraron, Zidane calló y siguió andando. Luego el italiano le dijo algo más. Entonces Zidane se volvió y, callado como siempre, agachó esa cabeza prodigiosa y recorri´unos pasos como si de un ariete se tratase para golpear el pecho del defensor contrario que cayó al suelo, quizá más sorprendido que golpeado. La confusión de todos fue considerable. Nadie esperaba esa reacción, el partido estaba dispuesto para su gloria y su aplauso. Los propios italianos se quedaron perplejos, algunos por supùesto protestaron pero sin demasiada convicción. Aquel cabezazo estaba fuera de todo guión. La expulsión fue inevitable.
Y es entonces cuando me he sentido más cerca de Zidane, de aquel chico argelino nacido en un barrio de Marsella, donde los argelinos no deben ser vistos con mucho agrado por los chicos franceses de entonces. Imagino a Zizou, como es conocido, un chico alto, callado, observando el desprecio de algunos, la chulería con la que era tratado, el insulto a la madre, a sus raíces, las descalificaciones racistas de aquellos macarras de Marsella. Me lo imagino en silencio, sin ser capaz de dar la cara, mentar a la madre de nadie, tirar una piedra a la cabeza de aquel matón. Me lo imagino ardiendo de rabia, una rabia instintiva y primaria a la que no podía dar cauce. Y ayer, cuando ya su gloria como jugador termina para dar paso a la leyenda en los aficionados, al recuerdo exquisito de aquella volea, a sus giros y taconazos, a ese control prodigioso de la pelota fuera del alcance de casi todos. Ayer, uno de esos matones barriobajeros de origen italiano le dijo algo, un insulto sin duda, quizá recordando a su madre, a su origen argelino, a todo eso que le había hecho daño de joven. De repente, la misma rabia de entonces, el mismo silencio, aquel chico callado y artista ante un mundo agresivo que le insultaba. Y bajar la cabeza, dar el golpe, tirar por tierra al matón, al que insulta y ofende, al chico blanco marrullero que sólo sabe salir de la nada con codazos, pisotones e insultos.
Allá se fue Zidane hacia los vestuarios, a 5 minutos de la posibilidad de levantar la copa del Mundo, de conocer la gloria más alta de cualquier jugador, tirar un nuevo penalti, que éste entrase, que ganase a todos y a todo. Sin embargo, decidió volver a Marsella, ser de nuevo aquel chico tímido, callado, a veces hosco, incapaz de enfrentarse a los peores insultos, incapaz de insultar a su vez. Mi Zidane más cercano".

Serrano dijo...

Excelente y singular tratamiento del cabezazo que propinó el francés.