1.9.08

Va por vosotros, maestros

ESCALERA INTERIOR
'In memoriam'
ALMUDENA GRANDES 31/08/2008 (El País Semanal)

El excelentísimo Ayuntamiento de Rota acordó colocar este cuadro el 1 de julio de 1955 en desagravio a la Santísima Virgen.

Es posible que la memoria de la escritora haya alterado el orden de las palabras, quizá falte una mayúscula o algunas abreviaturas, pero esto es, en esencia, lo que dice la leyenda. Sobre ella, una docena de azulejos reproduce una imagen clásica de la Inmaculada Concepción. ¿Cuál fue el agravio? Han pasado casi quince años desde que ella empezó a hacer esta pregunta de verano en verano, y todavía no ha obtenido una respuesta. ¿Qué pasó aquí, qué ocurrió en 1955, a lo sumo en 1954, para que esta placa se hiciera necesaria? Todos sus amigos, y son muchos, le han prometido averiguarlo, me voy a enterar, ya te lo diré, voy a preguntárselo a mi abuela, a mi tío, a un amigo mío que sabe mucho de la historia del pueblo… Hasta el momento, lo único que han podido contarle es que en algún momento de la vida de la República, una pequeña multitud de jornaleros enfurecidos sacó las imágenes de la iglesia de la Caridad y las tiró en la plaza, muy cerca del lugar donde, más de veinte años después, un Ayuntamiento franquista juzgó necesario colocar esta placa.

Cincuenta y tres años más tarde, en este mismo verano de 2008, otro Ayuntamiento, ahora ya democrático, pluralista, ha tomado una decisión semejante. Aunque parezca mentira, y desde luego lo parece, la corporación ha celebrado un pleno solemne para conceder, con un solo voto en contra –el del único concejal de IU–, el fantasmagórico título feudal de “Señor de Rota” a la imagen de Jesús Nazareno, es decir, a una talla de madera que todos los años se saca en procesión la noche del Jueves Santo. Todos los concejales socialistas, menos uno, que salió de la sala para no intervenir, han votado a favor, con el argumento de que la petición venía avalada por las firmas de cuatro mil vecinos. Un amigo de la escritora, profesor de instituto, dice que él va a recorrer todos los colegios, aula por aula, para reunir seis mil firmas a favor de que se nombre a Doraemon alcalde honorario de la localidad, a ver qué pasa. Parece una iniciativa razonable en un pueblo donde, al parecer, la política se ha reducido siempre a la gestión de las imágenes, idolatría frente a iconoclastia, primero; idolatría en sí y para sí, después.

Pero eso no es verdad. Hace tres años, la escritora leyó la transcripción de un sermón que el párroco de Rota pronunció un domingo de 1936, cuando el golpe de Estado ya había triunfado en la provincia de Cádiz. Quien lo recordaba era un impresor madrileño afincado en Sevilla y llamado Antonio Bahamonde, al que los avatares de la guerra llevaron a trabajar en el aparato de propaganda rebelde. Este hombre, católico sincero, comprendió en qué se había convertido su país cuando escuchó decir al cura de Rota que el antiguo maestro no había pagado con la muerte que había sufrido el delito de no enseñar el catecismo a los angelitos de Dios. La escritora vuelve a citar de memoria, pero garantiza que, en lo esencial, su memoria sigue siendo fiable. Bahamonde, que aprovechó la primera oportunidad para marcharse de España y escribir en México el escalofriante testimonio titulado “Un año con Queipo de Llano. Memorias de un nacionalista”, que se publicó en la zona republicana en 1938 y la editorial Renacimiento rescató en 2005, no cita el nombre del maestro, pero la escritora acaba de conocerlo, gracias al trabajo de un historiador local.

José Tirado Franco, así se llamaba. En su partida de defunción consta que la causa de su muerte fue: “maestro de ideas avanzadas”, y esta cita sí es textual. No fue el único. En Rota también trabajaba un maestro rural, llamado José Garrido Moreno, que iba en bicicleta de cortijo en cortijo, con su mandolina al hombro, para dar clase a los niños que no podían acudir a la escuela todos los días; un misionero de la educación que los reunía de dos en dos, de tres en tres, para alfabetizarles a base de cuentos y canciones. También pagó con la vida esa osadía.

José Tirado Franco, la escritora lo repite muchas veces, para que no se le olvide; José Garrido Moreno, y lo dice otra vez, y otra, y otra más. Ellos no eran tallas de madera, sino hombres de carne y hueso. Por eso murieron, y nunca se ha sabido cuándo, dónde, a manos de quién ni a qué cuneta fueron a parar sus cadáveres. José Tirado Franco, José Garrido Moreno, maestros. La escritora se teme que ningún Ayuntamiento celebrará jamás un pleno para colocar una placa con sus nombres, pero desde el pueblo donde enseñaron, donde vivieron, donde murieron, quiere convertir esta página en un homenaje a su memoria.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Serrano.

Anónimo dijo...

Gracias Almudena Grande

Anónimo dijo...

Algunos tienen la memoria histórica muy fresca cuando se trata de canonizar, desagraviar y vestir santos.
Gracias a José Tirado y a José Garrido.